Popayán: entre Incienso y Granadillas de Quijo. La magia y los milagros de una semana especial en la que presenciamos una sinfonía de sentidos

Durante la Semana Santa en Popayán, pasa algo especial, se siente como una especie de magia en el ambiente, ¿la razón? ¡La capital caucana se transforma!

Popayán: entre Incienso y Granadillas de Quijo. La magia y los milagros de una semana especial en la que presenciamos una sinfonía de sentidos

Escrito por: Prensa Universidad del Cauca

Tal vez, esa magia se da porque cada Semana Mayor es diferente, pues, pese a que se realiza año tras año con protocolos detenidos en el tiempo, pareciera que los días transcurren diferente.

Y es que caminar por las calles de una ciudad que, como una plegaria antigua, se pronuncia a sí misma es como estar frente a un altar vivo, no solo por la solemnidad de sus procesiones -que ciertamente lo son-, sino también porque logra ese milagro raro de reunir lo invisible con lo tangible, lo sagrado con lo cotidiano y lo dulce con lo divino.

Pareciera que durante esta semana los milagros se hacen más evidentes, pues no olvidemos que en esta época, por excelencia, florecen las orquídeas en los patios, en los balcones y en los corazones. Como los pasos de las procesiones, esas andas centenarias que cruzan el Centro Histórico en un silencio coral, las orquídeas también se abren con lentitud, delicadas y exactas, porque ambas, flor y paso, nos enseñan que la fe puede ser fragancia, color, textura y también paciencia, cuidado, contemplación. Por lo anterior, durante esta semana es vital, por lo menos una vez en la vida, ver la solemnidad de los pasos y la reunión de todas las variaciones (especies) de nuestra flor nacional en la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, en el Claustro El Carmen, donde el asombro se posa como un incienso lento sobre las memorias de quienes saben mirar.

Otro de los milagros de esta época va más allá de la contemplación visual y llega hasta la degustación del paladar, ya que solo durante estos días florece una fruta tan única como la celebración misma: la Granadilla de Quijo. Tan especial es su sabor que ahora tiene su propio festival en el municipio de Timbío, y no es para menos, porque su cáscara áspera y amarilla, que brilla como oro y que alberga un delicioso tesoro, evoca la bóveda del Museo Arquidiocesano de Arte Religioso, un lugar que también se abre solo en Semana Santa. Allí, donde reposan custodias incrustadas con piedras preciosas, se guarda también el sabor de lo que no se dice, lo que se reza con los ojos. Y es que en Popayán, hasta las frutas tienen fe.

Por una parte, durante la Semana Mayor hay lugares que, aunque a lo largo del año suelen ser centros de atención, en estos días asumen un papel verdaderamente protagónico. Así ocurre con el Paraninfo Francisco José de Caldas, que abre sus puertas a todo el público, permitiendo contemplar su esplendor más allá de los conciertos, simposios, conversatorios, grados y demás eventos que, día tras día y durante todo el año, abren caminos de pensamiento. Algo similar ocurre con las tradicionales obleas, que también podemos encontrar durante todo el año en las calles de Popayán, en algún rinconcito escondido, pero que en Semana Santa se multiplican y aparecen por doquier, crujientes y generosas, como una dulce liturgia compartida entre quienes saben que el goce y el conocimiento también puede ser callejero y festivo.

Por otra parte, están los chontaduros -firmes y colorados-, que se consiguen con facilidad en la ciudad. Ellos son como el Teatro Guillermo Valencia, un patrimonio que no se esconde, que se ofrece generoso, que permanece ahí, constante, esperando que alguien lo mire, lo escuche, lo saboree con el alma, como si cada función fuera un fruto caliente y salado, servido con miel o con sal, según el ánimo del espectador, porque en Popayán hasta el arte tiene sabor.

El Museo Edgar Negret, en cambio, es un salpicón de Baudilia: diferente, vibrante y único con sus colores y formas que no se repiten, esculturas que podrían ser frutas, frutas que podrían ser poemas, y sabores que estallan como si cada bocado fuera una pincelada en el paladar. Ir a ese museo es recordar que el arte también se come, también se bebe, también se comparte porque allí, las piezas no solo se observan, se intuyen como si tuvieran pulso, se sienten como si tuvieran voz. Y al igual que el salpicón, que reúne sabores distintos en un mismo vaso, el museo reúne memorias, gestos, materiales y silencios, para decirnos, sin decirlo, que el arte, como la vida, puede ser dulce, ácido, frío y luminoso, todo al mismo tiempo.

Así pues, en este recorrido casi místico, llegamos a los aplanchados de Doña Chepa que, con su dulzura inconfundible, son como la Casa Museo Guillermo León Valencia: un gusto aprendido, un secreto familiar compartido con generosidad, una manera de decir que la memoria también puede derretirse entre los dedos. Su textura crujiente por fuera y suave por dentro es como ese recorrido por la casa del expresidente, donde cada salón, cada retrato, cada objeto cuidadosamente dispuesto, revela una historia íntima que se entreteje con la historia del país. Así como los aplanchados se transmiten de generación en generación, envueltos en papel y cariño, esta casa resguarda afectos, gestos, decisiones y silencios que marcaron una época. Visitarla es hacer una pausa para saborear el pasado, no con nostalgia, sino con gratitud, porque en sus rincones, como en los dulces de Doña Chepa, habita ese tipo de sensación que no empalaga, sino que permanece, suave, en la memoria.

En las esquinas, el dulce de pata se ofrece como un postre tradicional que endulza las caminatas por el sector histórico. Suele encontrarse en el momento justo en que manos expertas lo estiran una y otra vez, hasta que se blanquea y adquiere esa textura suave y tersa que lo caracteriza. Así también, en el Panteón de los Próceres, la historia se estira entre lápidas y anécdotas, y se conserva, como el azúcar, en la memoria.

Y si de secretos se trata, el Museo Nacional Guillermo Valencia resguarda en sus salas tesoros tan exquisitos como el postre que nació de una improvisación para agasajar al presidente electo Eduardo Santos. Fue en una cena en Popayán, donde ante la urgencia del momento, ya que se había dañado el postre preparado, las cocineras crearon un manjar espontáneo y delicado que conquistó su paladar. Le gustó tanto que, al preguntar por su nombre y al no tener uno le pusieron Eduardo Santos en su honor. Espontáneo, refinado, diplomático, como muchas de las piezas que allí reposan, cargadas de historia y elegancia.

Las colaciones, por su parte, se parecen a la Casa Museo Mosquera: diversas, coloridas, tradicionales, que se ofrecen en quioscos blancos y rojos, donde la nostalgia se vende por cucharadas y los recuerdos se vuelven dulces al tacto. Como esa casona señorial que resguarda los ecos de una época republicana, las colaciones nos remiten a una herencia viva, a una historia que se conserva con orgullo y sencillez, y así como estas delicias aparecen en cada esquina del centro histórico, ofreciendo su dulzura a paso lento, también lo hace la Universidad del Cauca, que en cada calle de esta zona que es patrimonio, guarda un edificio, un claustro, una facultad, una biblioteca. La Alma Mater se despliega por la ciudad como los quioscos de colaciones: humilde y constante, cercana y generosa, parte del paisaje y del corazón, porque en Popayán el conocimiento y el sabor también se encuentran, sin previo aviso, al doblar cualquier esquina.

Las mantecadas de yuca, suaves y densas, podrían encontrarse en los pasillos de la Fundación Casa Museo Luis Eduardo Ayerbe. Su textura, entre firme y delicada, recuerda esa mezcla entre rigor y calidez que habita en cada rincón del lugar. Allí, la platería, los bronces, el arte colonial y los muebles que han sobrevivido al tiempo dialogan en silencio con la paciencia de quien cocina la historia a fuego lento. Porque así también se enseña: con detalles cuidados, con manos que pulen y conservan, con objetos que fueron cotidianos y hoy son testimonio. Caminar por ese museo es como abrir un horno antiguo y encontrar dentro no solo recetas, sino recuerdos, no solo piezas de colección, sino modos de habitar, de resistir, de vivir. Y como las mantecadas, que son alimento y símbolo, ese lugar nutre el alma con saberes envueltos en memoria.

Y si uno camina hasta la Vicerrectoría de Investigaciones, justo en el mismo edificio se abre ante los ojos curiosos el Museo de Historia Natural, el pipián de la educación: base, sustancia, herencia. Un sabor que está en todas partes, que se mezcla con lo que sea, que hace de lo simple una tradición. Así como el pipián lleva en su interior la papa, el maní y el achiote como una memoria de los saberes ancestrales, el museo guarda en sus salas la biodiversidad de un territorio prodigioso en el que habitan insectos diminutos, aves coloridas, mamíferos secretos, piedras antiguas, huesos que hablan. Visitarlo es entrar a una cocina donde se preparan los relatos del Cauca profundo, donde la ciencia se cuece a fuego lento, con ingredientes que crecen en los bosques, en los páramos, en los ríos. Porque aprender también es alimentarse de preguntas, de asombros, de todas esas formas de la vida que, como el pipián, parecen sencillas, pero en realidad están hechas de mundos enteros.

En conclusión, Popayán se convierte cada Semana Santa en toda una sinfonía de sentidos. Cada espacio de saber, de arte, de fe, se enlaza con un sabor, con una fruta, con una memoria gustativa. Y en el fondo de todo esto, las procesiones, los museos, los dulces, no son más que formas distintas de enseñar, porque esta ciudad ha entendido, desde hace siglos, que la educación no solo se imparte en las aulas, pues también se comparte en una misa, en una galería, en una plaza, en una conversación frente al atrio o al fogón.

Popayán enseña con los pies cansados de un carguero, con el trazo sutil de un óleo quiteño, con la acidez perfecta de una Granadilla de Quijo madura. Quien la visita en Semana Santa descubre que hay saberes que no se escriben, se sienten, se saborean, se celebran. Así mismo es esta casa de pensamiento que es #PatrimonioDeTodos y que, en esta época y todos los días del año, mantiene abiertas sus puertas de par en par para todas, todos y todes.