Colombia no cambiará mientras la política siga siendo un negocio
Del Congreso a las alcaldías, de la Casa de Nariño a los barrios de Popayán, la política sigue siendo un juego de poder y favores. Y mientras tanto, el país se hunde en el atraso, la corrupción y la miseria.

Colombia no tiene un problema de ideologías. Ni de izquierda ni de derecha. El verdadero cáncer de este país es la política convertida en empresa familiar, en estructura mafiosa, en fábrica de clientelas. Y lo más grave: en una costumbre que, con cada elección, los ciudadanos validan. Lo que debería ser un instrumento de transformación se ha pervertido al punto de volverse el principal obstáculo para el progreso.
Basta revisar los escándalos de los últimos 20 años para comprobar que el sistema está hecho para robar: Agro Ingreso Seguro, Reficar, Odebrecht, el carrusel de la contratación, la UNGRD, los sobrecostos en obras, los cupos indicativos. Gobiernos van, gobiernos vienen, y el modus operandi sigue intacto. La impunidad garantiza que nada cambie. Las instituciones fueron diseñadas más para proteger a los poderosos que para servir al pueblo.
En el Cauca no estamos mejor. Aquí, cada cuatro años, se repite la misma historia: gobernadores que no conforman equipos técnicos para transformar el territorio, sino maquinarias políticas para garantizar su salto al Congreso o sostener cuotas en futuras elecciones. Es por eso que algunos salen regulares, otros francamente malos, y muy pocos dejan huella real en el desarrollo del departamento.
Promesas vanas, obras inconclusas, contrataciones a dedo, y planes de gobierno que solo existen en el papel. ¿Cuántas veces hemos denunciado la falta de planificación y la ausencia de proyectos estratégicos de largo plazo? Mientras tanto, el hambre, el desempleo, el abandono estatal y la violencia avanzan como una sombra que no da tregua.
Popayán no es la excepción. Lo hemos advertido en múltiples ocasiones: los últimos gobiernos locales han entregado los servicios públicos a manos privadas. La recolección de basuras, el alumbrado público, las fotomultas, e incluso Emtel, han terminado convertidos en negocios rentables para unos pocos. Las utilidades, que deberían invertirse en mejorar los barrios, los parques y la infraestructura vial, se desvían hacia bolsillos ajenos. Y mientras tanto, seguimos estancados en una ciudad que alguna vez fue gloriosa, cuna de la independencia y de los más ilustres patriotas de nuestra historia.
Muchos de esos próceres, payaneses valientes, dieron hasta su vida para que Colombia pudiera ser una nación soberana. ¿Qué dirían hoy si vieran el abandono de la tierra por la que lucharon? ¿Qué sentirían al ver cómo los que se autoproclaman “hijos del pueblo” usan el poder para enriquecerse, mientras el pueblo sigue en la miseria?
Pero no se trata solo de ellos. El problema somos todos. Porque somos los ciudadanos quienes elegimos a estos gobernantes. Como reza el dicho, "cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Y es cierto. Porque en vez de elegir por mérito, por propuestas, por carácter y liderazgo, votamos por quien reparta más dinero en campaña, por el que invite a más fiestas, por el que nos “ayude” con una hoja de vida. O simplemente por quien nos diga el supuesto líder social e turno, ese que muchas veces solo busca favores personales.
Hoy más que nunca es urgente que cada habitante del Cauca y de Popayán se pregunte: ¿está haciendo un buen trabajo Octavio Guzmán como gobernador? ¿Está cumpliendo Juan Carlos Muñoz Bravo como alcalde? ¿Estoy votando por quien realmente representa mis intereses?
Porque si no asumimos nuestra parte de responsabilidad, si seguimos vendiendo nuestro voto o dejándonos manipular por supuestos líderes comunitarios que no representan a nadie más que a ellos mismos, este ciclo no se va a romper.
Popayán y el Cauca merecen más. Pero ese “más” no va a llegar por arte de magia ni por discursos bonitos. Va a llegar el día en que la ciudadanía diga “basta” y vote mejor. Cuando se entienda que gobernar no es un premio para el más simpático ni una herencia familiar. Es un acto de servicio. Y quien no sirva para servir, que no sirva para gobernar.