Colombia potencia mundial de la retórica
Por: Oscar Campo, Representante a la Cámara por el Cauca
En Colombia es imposible no coincidir con que el país requiere reformas, cambios estructurales y decisiones para la reducción de las brechas sociales. Basta solo con mirar en perspectiva comparada y darse cuenta de que Colombia se muestra como uno de los países con mayor incremento en temas de desigualdad y pobreza extrema.
No hay un solo sector político de izquierda, centro o derecha que no crea en la necesidad de una reingeniería que fortalezca la capacidad institucional para hacer efectivo un estado de derecho más social e incluyente.
Ahora bien, es necesario establecer en el debate público si las reformas que se encuentran en trámite son precisamente las que darán bienestar a esa Colombia profunda, a esa población que solo come una vez al día, al trabajador ocasional que vive sometido al vaivén de la oferta y la demanda laboral, al paciente de mediana complejidad que no logra un buen acceso al sistema de salud.
Los cambios propuestos no serán los cambios esperados, si la economía colombiana no tiene el crecimiento deseado, no solo se limitará la capacidad de una variación porcentual del producto interno bruto, también la posibilidad de crear nuevos empleos y de lograr aumentar el presupuesto público, y es allí, donde empieza a crearse un ambiente de zozobra.
Una cosa fueron los discursos matizados por las palabras “social” y “popular” para promover la nueva tributación de los colombianos, otra muy diferente, la realidad de los primeros meses de gobierno. La inflación es dramática y ya cayó en ella la canasta familiar, la capacidad económica de los colombianos se va pauperizando cada día, el costo de los servicios públicos, la carne, los huevos, la leche, la gasolina, los abonos y los arriendos, se siguen disparando, todo está por las nubes, así lo reveló el DANE, que mostró que la inflación anual en marzo fue de 13,34%, impactando el costo de vida, que según la misma entidad ha sido el más alto desde 1999. A esto se le suma la situación del turismo que, en regiones como San Andrés Islas, hoy experimentan una realidad desesperante, la ocupación hotelera no llega ni a un 25%, afectando de manera directa el empleo, el comercio y el transporte local, lo que ocasiona desesperanza para todas estas regiones que dependen del turismo.
Mucho se habla de la salida de la ex ministra Cecilia López Montaño, donde varios le reconocemos la vehemencia en sus posiciones, y que además, fue bastante cuidadosa con las tentaciones en dejar posicionar la privatización a gran escala en el plan de Desarrollo Nacional; fue crítica frente a la política de transición energética que plantea el gobierno nacional, especialmente en restringir las nuevas exploraciones de petróleo, de asumir un discurso de país rico frente a las emisiones de carbono, que de materializarse, dejan prácticamente maniatado al sector productivo con una nueva normatividad que poco le apuesta a crecer la economía.
Merece una reflexión si efectivamente lograremos la reforma agraria que de ese gran salto a conseguir la paz que todos anhelamos, para no ir muy lejos, unos de los departamentos de mayor demanda en materia de tierras es el Cauca, con una infinidad de pliegos de petición y de compromisos firmados por parte del estado colombiano, los cuales han sido conseguidos en el marco de la lucha social de varias organizaciones indígenas, negras y campesinas. Sin embargo, se presentan tensiones enormes en varias partes del departamento; hemos reconocido que el gobierno es dialogante, con mesa de concertación, suscrita por decreto para la búsqueda de esa tierra que genere paz social y prosperidad para la gente. Pero la dura realidad es que las haciendas a comprar para responder a esa gran demanda son muy pocas, casi nulas, centrándose entonces la atención en las tierras del sector forestal y en los cultivos de caña de azúcar en el norte del Cauca. ¡Vaya lío!, ¿cómo materializar el discurso y el compromiso con la gente? Estamos hablando por un lado de un sector que, si no estuviese presente, no habría en el Cauca bosque ni reserva natural en pie, y por otro lado, del sostén económico de miles de familias afros que derivan su trabajo del sector azucarero.
Así pues, pareciera que la única forma de cumplir el gran compromiso dentro del Cauca tiene un sacrificio enorme con el medio ambiente, con la generación de empleo, con el recaudo de impuestos y con la confianza inversionista para las nuevas apuestas en la región. Una vez más, una cosa es el discurso que le atina al problema real, pero las reformas, no necesariamente cumplen con solucionar las dificultades y atender los compromisos de las organizaciones.
Sobre el fenómeno del narcotráfico, todos estamos de acuerdo en el daño que este le ha causado y le hace a Colombia, son más de 200 mil hectáreas de coca que inciden en una economía inflacionaria, en darle soporte a todos los grupos ilegales, en ser una amenaza permanente para derruir la institucionalidad, es todo un cáncer. Pero en el entendido hipotético de que se logre acabar con los sembradíos de coca de la noche a la mañana, ¿qué efectos tuviera en la economía del país?, ¿qué tanto carga esa cadena ilegal en la realidad económica de la ruralidad y de las ciudades colombianas?, ¿esa nueva lucha contra las drogas pensada por el gobierno, contempla una sustitución real de esa economía?, ¿cómo atender de forma inmediata a las familias cocaleras?
Desde luego, es una hipótesis, pero así sea gradual, debemos saber cómo atendemos la economía colombiana, que desgraciadamente, mucha se sirve indirectamente del narcotráfico. Las reformas propuestas aún no muestran ese plan de choque para atender el traumático efecto, ¿o se hará la paz en medio de tanta ilegalidad económica?
Sin embargo, a pesar de los escenarios expuestos, debemos guardar la esperanza en la democracia y la determinación de todos los actores para buscar consensos.
Hemos superado obstáculos difíciles en el pasado, y podemos hacerlo de nuevo, este es un proceso que debemos llevar a cabo juntos, sin exclusiones ni sectarismos, con la convicción de un mañana mejor que nos obliga a hacer nuestro mejor esfuerzo.