Cuando el periodismo se arrodilla: el show de los militantes disfrazados de periodistas
Mientras los ciudadanos luchan para sobrevivir en medio de la corrupción rampante, algunos medios prefieren ser bufones del poder antes que guardianes de la verdad.

En Colombia ya no sorprende que algunos periodistas se vendan. Lo indignante es que, además de vendidos, pretendan darnos lecciones de moral desde sus púlpitos mediáticos. Hablan de ética mientras repiten libretos escritos por asesores de campaña. A eso lo llaman “periodismo”. Nosotros lo llamamos lo que es: militancia disfrazada.
Durante décadas, los gobiernos de derecha se robaron hasta el agua bendita. ¿Ejemplos? A puñados. Lo paradójico del asunto es que incluso cuando el disfraz era de izquierda, el saqueo seguía igual de elegante. Basta recordar el carrusel de la contratación en Bogotá, durante la alcaldía de Samuel Moreno, en teoría un “progresista”, pero en la práctica una pieza más de la rancia rosca bogotana. Ni hablar del caso Odebrecht, ese monumento latinoamericano a la podredumbre, que salpicó hasta el alma de varias campañas presidenciales en Colombia de derecha y de centro, con nombres aún intocables, y del cual muchos seguimos esperando la “verdad completa”, esa que nunca llega porque algunos medios la sepultan entre eufemismos. Y cómo olvidar el escándalo de Reficar, donde más de 4.000 millones de dólares se esfumaron como por arte de magia… y los periodistas militantes, bien gracias, mirando para otro lado, publicando recetas de cocina o repitiendo el boletín del ministerio de turno.
Todo esto no hace más que confirmar una gran verdad: en Colombia la corrupción no tiene ideología política, pero sí tiene muy buenos abogados, excelentes amigos en el Congreso y, lo más grave, periodistas serviles que la maquillan.
Pero claro, llegó la “izquierda transformadora” con Gustavo Petro al mando y algunos medios dieron saltitos de emoción. ¡Por fin el cambio! dijeron. Y sí, cambió la manera de justificar lo injustificable. Contratos a dedo, como los de RTVC, las inconsistencias de la UNGRD, los favores burocráticos al “Pacto Histórico”, y ni qué hablar del narco-escándalo de Nicolás Petro. Pero ahí sí, los periodistas militantes callan o lo maquillan. “Ataques de la derecha”, dicen. Pobres ciegos, no saben si están en un noticiero o en una rueda de prensa oficial.
El problema no es si el gobierno es de izquierda, derecha o centro. El problema es que la prensa, que debería vigilar al poder, ahora le sirve el café. Y lo más grave es que muchos ciudadanos siguen alimentando esa farsa, consumiendo contenido basura, viralizando mentiras, idolatrando a tuiteros “indignados” que cobran en contratos del Estado.
Mientras tanto, los únicos que viven sabroso en este país son los políticos de todos los color y los periodistas que han hecho del servilismo su modelo de negocio. Esos sí tienen estabilidad laboral, buenos contratos y hasta pauta oficial. ¿Y usted, ciudadano? Usted paga la cuenta con sus impuestos. Y si protesta, lo tildan de “uribista”, “castrochavista” o “petrista” , porque aquí la verdad no importa, solo la camiseta que lleves puesta.
Colombianos, despierten. No sigan tragando entero. No se informen por quienes se bajan los pantalones ante cada nuevo gobierno. Cuestionen, comparen, investiguen. Exijan periodismo de verdad, independiente, valiente. Porque si seguimos permitiendo que la prensa se convierta en el bufón de Palacio, la democracia será cada vez más un chiste de mal gusto. Y ya no nos vamos a reír.
Y para quienes aún piensan que “eso solo pasa en Bogotá”, basta con mirarse en el espejo local. En Popayán y el Cauca, más de un mercenario de la información usa su medio para chantajear a los gobernantes y asegurarse jugosos contratos de publicidad oficial; cuando la chequera se abre, las denuncias se esfuman y se transforman en elogios. Así, el periodismo se vuelve extorsión y la pauta pública, botín personal, demostrando que la corrupción no se esconde solo en los palacios de la capital: aquí mismo, algunos colegas subastan titulares al mejor postor.
Porque un país sin prensa libre y crítica está condenado a repetir sus errores. Porque la corrupción no tiene ideología, pero sí cómplices. Y porque si el periodismo no sirve al pueblo, sirve al poder. Y ahí, perdimos todos.