Cuando Héctor Lavoe volvió a Ponce: un entierro convertido en una rumba
El regreso del legendario Héctor Lavoe a Ponce fue un multitudinario homenaje. Su entierro se transformó en una fiesta que unió a su pueblo natal y a todo una nación.

Ernie Xavier Rivera Collazo comparte el testimonio de lo vivido en la población de Ponce, Puerto Rico, el día en que los restos de Héctor Juan Pérez Martínez llegaron a su ciudad natal, junto a los de su hijo Héctor Pérez Junir. y su esposa Nilda ‘Puchi’ Román.
El carismático cantante falleció el 29 de junio de 1993 en el hospital Saint Clare’s de la ciudad de Manhattan, a los 46 años de edad, y fue enterrado en el cementerio Saint Raymond’s en el Bronx, Nueva York, junto a su hijo, quien murió trágicamente en 1987, a los 17 años de edad, en un accidente con un arma de fuego.
Héctor Lavoe, de 5’ 8’’ de estatura y de linda figura, fue un hombre singular y un cantante excepcional.
Él tenía claro que su propósito en la vida era cantar, y con su interpretación conquistó el mundo. Una de las muestras de amor y admiración que recibió fue que su funeral en Estados Unidos se convirtiera un evento multitudinario marcado por el caos que surgía de la necesidad de su gente de despedirse de quien los había acompañado en esta vida. Entre risas y penas, momentos malos, ratos amargos y cosas buenas. Entre días extraordinarios y ordinarios. En días de fiesta o en medio de la soledad.
Un cortejo de familiares, amigos y seguidores recorrió las calles y avenidas del Bronx, en medio de la tristeza que los embargaba, pero “matando al tiempo” para que la muerte no fuese una realidad. ¿Por qué tuvo que ser puntual?, ¿por qué no llegó tarde?, ¿por qué su gente llegó muy temprano?
Esa jornada, uno de los tantos periodistas que cubría el singular sepelio le preguntó a una mujer: ¿Por qué Héctor Lavoe gustaba tanto? La mujer, de tez negra, no dudó al asegurar que la humildad, la sencillez y la sinceridad eran suficientes para hacerse respetar. Para ella, el mensaje de sus canciones era similar a los problemas que ellos, el pueblo, tenían. Era auténtico, original y legítimo. No ocultó su oscuridad, ni se vanaglorió de su luz. Fue él y su gente.
Mientras tanto, en la ciudad en Nueva York, epicentro de la salsa, permanecieron los restos del cantante de los cantantes desde 1993 hasta 2002, cuando su esposa abandonó esta tierra. Pasaron nueve años para que Héctor Juan regresara a su amada ciudad señorial, a su “pueblo de grandes historias y un sinfín de glorias”.
Cuando la trágica muerte de Puchi golpeó a la familia luego de sufrir un accidente en su apartamento en el Bronx, se tomó la decisión de que los Pérez Román debían abandonar la ciudad de la poderosa Norteamérica que nunca duerme para encontrar paz y tranquilidad en la Perla Sureña. Ante este dictamen, Ismael Miranda, ‘El niño bonito de la salsa’ y gran amigo de Héctor, estuvo al frente del proceso de repatriación.
Miranda se comunicó con el alcalde Rafael Cordero Santiago, más conocido como ‘Churumba’, para decidir en qué lugar serían enterrados y cómo sería la logística.
Lo que pasa es que esto parece un entierro y Héctor no quiere un entierro, él lo que quiere es una fiesta, una rumba”.
Todo se debía coordinar muy rápido porque Puchi no podía ser enterrada en Nueva York. Se paralizó todo y, en tiempo récord, Ponce encontró un lugar en el Cementerio Municipal (Cementerio Civil ) para uno de sus más grandes referentes, su querido hijo, su amado cantante.
A tierras caribeñas llegaron los restos de Lavoe, Nilda y Héctor Junior. Era el sábado 1 de junio de 2002, y todos los ojos estaban enfocados sobre el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, en Carolina, Puerto Rico.
“Yo estuve allá. Yo llegué y esperé que bajaran los restos de Héctor Lavoe del avión. Fui con varios amigos y llevamos una bandera gigante de Ponce, en realidad eran cuatro cosidas. Recuerdo cómo salió el carro fúnebre de la pista del aeropuerto y desde ahí empezamos a seguirlos, con la bandera de nuestro municipio por fuera”, relata el arqueólogo, maestro de historia y guía turístico de esa población. Este fue el recuerdo del amante de la salsa y quien siente profunda admiración por el cantante del pueblo, de su pueblo, él nunca dejó de amar esa isla.
Por donde el carro pasaba, los puertorriqueños rendían homenaje. La primera parada fue en la Plaza de los Salseros, en Santurce, donde reposan bustos de leyendas del género como el gran Ismael Rivera, Rafael Cortijo, Marvin Santiago y Choco Orta. Desde allí salió la comitiva hacia el sur de Puerto Rico, a Ponce.
“Mis amigos y yo, todo el viaje estuvimos detrás del vehículo... o al lado. Todo el tiempo con la bandera afuera. El viaje duró aproximadamente hora y media y en la entrada había unos niños que tenían un capó de carro con un sentido escrito: ‘Bienvenido, Héctor, a tu pueblo. Nunca te olvidaremos’”, rememoró Rivera.
A lado y lado de las vías, sobre plataformas y asomada a los balcones de las residencias, estaba la gente recibiéndolo y despidiéndose. Entraron al Centro Histórico de Ponce, donde estaba la comitiva esperándolo.
“Cuando nos dirigimos a la entrada principal del casco histórico, conocido como el Puente de los Leones, había tantas personas que el fúnebre no podía ni moverse. Nos bajamos del carro y empezamos a caminar con todo el pueblo hasta el Parque de Bombas. A Héctor lo cargaron por toda la calle Isabel”.
Ponce, abarrotado de puertorriqueños, fue testigo de un sublime acto honorífico. Las personas que iban caminando detrás, al lado y delante del féretro, cantaban una plena que sigue viva en la memoria de Ernie, tal cual la escuchó hace 23 años.
“Aquí llegó, aquí llegó, aquí llegó el cantante Héctor Lavoe”. Cuando el líder guardaba silencio, el pueblo respondía: “Aquí llegó, aquí llegó, aquí llegó el cantante Héctor Lavoe”. Luego, un músico entonaba: “Aquí llegó el cantante Héctor Lavoe, llegó a su pueblo y aquí llegó”... Y así iban. La gente cantando, los pleneros tocando.
“Allí, en el Parque de Bombas, que es el símbolo de nuestra ciudad y está revestido de nuestros colores -rojo y negro-, los féretros fueron recibidos por el alcalde Cordero y los artistas Johnny Pacheco, Pete ‘El Conde’ Rodríguez, Ismael Miranda, Papo Lucca, Bobby Valentín, entre otras figuras”.
Para Ernie, las personas fueron las verdaderas protagonistas de esa despedida. Era un mismo sentir generalizado: el dolor y la frustración de no haber logrado mitigar su sufrimiento. Ellos hubieran dado todo por salvar su alma, que había caído en las oscuras profundidades de las drogas y de sus consecuencias, ellos estaban dispuestos ayudarle, a apoyarlo. Le dieron ese abrazo que muchas veces le faltó, que tantas veces necesitó. Ni ellos ni Puchi ni sus hijos lograron salvarlo. Lo único que podían hacer era ser “su gente”, a la que él amaba cantarle. Desde ese día levantan su nombre para que generaciones ajenas a la de Héctor canten y bailen sus grandes éxitos.
Y se formó un bembé allí. Comenzaron a tocar y a cantar. Se formó una rumba y no hicieron nada más”.
Así fue el entierro de Héctor Lavoe en Ponce, Puerto Rico
Del Parque de Bombas al Cementerio Municipal, donde están los restos de personalidades históricas como Gilberto ‘Gilbert’ Cruz; Ruth Fernández, de quien Héctor hizo mención en la canción Ponce: “Un saludito a quien se debe, a Ruth Fernández. Senadora, campeona de las mujeres”; además de Isabel Oppenheimer, más conocida como Isabel la Negra.
“En el cementerio los estaban esperando muchísimas personas, además de los que veníamos en la caravana. Cuando bajaron el ataúd hicieron una pequeña ceremonia antes de ponerlo en la sepultura y, al momento de introducir el cajón, este no cabía. Trataban de meterlo y no cabía. Lo sacaban y volvían a intentar, pero no cabía. Los trabajadores del cementerio comenzaron a martillar a los lados de la estructura para que entrara, y no entraba”. Los asistentes empezaron a preocuparse. Los trabajadores buscaban formas de encajar las piezas. Las autoridades pensaban estrategias. El silencio reinaba en medio del bullicio. Nadie entendía nada, hasta que un hombre -que parecía ya estar bajo los efectos de varias cervezas- alzó su voz y dijo: “Yo sé lo que está pasando aquí. Yo sé por qué no entra el ataúd. Lo que pasa es que esto parece un entierro y Héctor no quiere un entierro, él lo que quiere es una fiesta”.
“Y se formó un bembé allí. Comenzaron a tocar y a cantar. Se formó una rumba y no hicieron nada más. De pronto, decidieron intentar otra vez, cogieron el ataúd de Héctor y lo pusieron en el lugar, y eso cayó como si lo hubieran hecho a la medida”, narra Rivera. Ante el asombro y la tranquilidad, aquel sabio hombre alzó otra vez su voz: “¿Viste? Yo lo sabía. Él quiere una fiesta, no un entierro”.
El historiador ponceño concluye con la esperanza de que el relato llegue a tantas vidas como la música del protagonista y su historia siga retumbando: “Y así fue el día que Héctor Lavoe, el cantante de los cantantes, llegó a Ponce, donde nació. Cada 29 de junio y 30 de septiembre vamos a su tumba a celebrar su vida y su música, que son emblema para la ciudad. Es parte de nuestra cultura, y por eso las nuevas generaciones lo conocen tan bien como las viejas”.
Aunque la muerte del hito de la salsa llegó muy temprano, el mundo no lo olvida y sigue gritando, bajo el sonar de timbales, trompetas, bongós, clave, güiro y campana: “Que cante y siga adelante, el cantante de los cantantes”.
En la ciudad de Bronx, Nueva York, la esquina de Westchester Avenue con Bryant Avenue, lleva desde el 24 de junio de 2025, el nombre honorífico de Héctor Lavoe Way. Fue en ese mismo cruce donde Lavoe vivió al llegar desde Puerto Rico, el 3 de mayo de 1963, cuando tenía apenas 17 años de edad.
Este acto oficial reconoce la importancia cultural y musical de Héctor Juan Pérez Martínez en el mundo musical, y mantiene vivo su legado dentro de la comunidad latina en la historia de la ciudad estadounidense. Su hijo, José Alberto Pérez, quien reside aún en el Bronx, expresó su orgullo porque la música de su padre sigue tocando a tantas personas y que este homenaje refleje la influencia de su obra. Narró Juana Peña, al recordar esta historia.