“El Estado somos todos”, ¿pero realmente somos todos?

En Colombia circula la idea, reiterada hasta el cansancio por gobernantes y comentaristas de que “el Estado somos todos”.

“El Estado somos todos”, ¿pero realmente somos todos?

Pero ¿qué tan cierta es esta afirmación cuando, en la práctica, son unos pocos los que se benefician mientras la mayoría carga con los impuestos y sus asperezas?

📊 Salarios desproporcionados en el Congreso

  • En 2025, los congresistas colombianos reciben ≈ 52 millones mensuales gracias a un aumento automático del 7 %, derivado del acuerdo salarial del 30 de abril entre Gobierno y sindicatos,
  • Para ponerlo en perspectiva, este ingreso representa 37 salarios mínimos legales vigentes, aproximadamente en una de las brechas más grandes del mundo.

Un exsenador lo resume en redes:

“En $3.360.000 se incrementó salario a congresistas que se oponen a horas extras de trabajadores más pobres”.

Un Estado de pocos, no de todos

El problema no es únicamente el monto, sino cómo se justifican estas diferencias. Un sindicato del sector público negocia mejoras para trabajadores con sueldos promedio, y estas repercuten directamente en los más altos, sin que los congresistas participen ni debatan el beneficio. El resultado: una élite política que no solo vive del Estado, sino que lo usa para sostenerse.

Mientras tanto:

  • Ciudadanos comunes, trabajadores, empleados públicos, informales, enfrentan condiciones adversas: bajos ingresos, informalidad, falta de horas extras y prestaciones.
  • El Estado amplía su figuración como símbolo de unidad, pero falla al evidenciar justicia distributiva.

El Estado debe ser un aparato al servicio colectivo, y para lograrlo, necesita:

  1. Reformas estructurales: imponer topes reales a salarios de altos cargos (el proyecto de ley para reducirlos a 20 salarios mínimos lleva años estancado ).
  2. Transparencia activa: mecanismos de control ciudadano para exigir mayor rendición de cuentas por parte de la élite dirigente.
  3. Revalorización de lo público: asegurar que los impuestos financien servicios de calidad (educación, salud, justicia), no privilegios para pocos.

Solo así podrá acercarse a la igualdad entre quienes sostienen al Estado y quienes lo componen. Si seguimos repitiendo “el Estado somos todos” mientras unos pocos viven en una burbuja de privilegios, la frase se convierte en una hipocresía dolorosa. El Estado no deber ser una teta de políticos; debe ser la casa de todos.