El noticiero de la señora Nidia en el Parque Caldas

A su lado, siempre aparece don Jesús Ramírez, jubilado del barrio Bolívar, quien lee poesía en voz alta cuando el sol está bajo.

El noticiero de la señora Nidia en el Parque Caldas
X: @candrader87

Por: Carlos Andrés Andrade

Popayán despierta con el murmullo de sus campanas, los pasos tranquilos sobre las losas coloniales y el aire tibio que baja desde las montañas. En medio de ese ritual cotidiano, el Parque Caldas guarda una escena que no sale en televisión, pero que bien podría ser titular: una mujer de cabello blanco, sombrero tejido y voz de madre comienza su jornada. No trae prensa, ni cámaras, ni un celular inteligente. Su noticiero es otro. Nidia Muñoz, de 74 años, llega cada mañana con una silla plegable, un radio gastado y una certeza: “Aquí hay más cosas buenas que malas. Solo hay que querer contarlas”.

No habla de política ni de escándalos. Habla de doña Blanca, que venció el cáncer; del hijo de la señora Judith que volvió a estudiar; de la lluvia que por fin cayó en Puracé. Los lustrabotas se le acercan con respeto, los vendedores de empanadas le regalan café, y los estudiantes de la Universidad del Cauca le consultan inquietudes como si fuera un oráculo. Ella los escucha, les responde con paciencia, y a todos les entrega algo que no se vende en ninguna plaza: palabras que alivian, que animan, que sanan.

A su lado, siempre aparece don Jesús Ramírez, jubilado del barrio Bolívar, quien lee poesía en voz alta cuando el sol está bajo. También está Estefany, una joven periodista que, cansada del ruido de los medios, decidió aprender en silencio lo que nadie le enseñó en la facultad: cómo se comunica con el alma. “Doña Nidia no informa, ella consuela. Y eso vale más que cualquier exclusiva”, dice, mientras toma nota de cada historia que surge entre los árboles del parque.

En plena pandemia, cuando el parque se quedó vacío y el miedo llenó las calles, Nidia siguió llegando. Se sentaba en soledad, con su tapabocas cosido a mano, y ponía su radio a bajo volumen. “El silencio también asusta. Yo no podía dejar que ganara”, recuerda. Un día, un joven llegó llorando. Venía de El Bordo. Había perdido a su madre y no sabía a dónde ir. Nidia no hizo preguntas. Lo escuchó. Y luego le dijo: “No todo se cura, pero el dolor compartido pesa menos.” Hoy, ese joven estudia trabajo social y pasa cada semana a saludarla.

En una ciudad marcada por la historia —de conquistadores, templos barrocos, terremotos y procesiones—, Nidia se ha vuelto parte del paisaje emocional de Popayán. No tiene títulos, pero enseña. No predica, pero inspira. Es la antítesis de los titulares que agotan: mientras otros siembran miedo, ella cultiva esperanza con frases sencillas, gestos pequeños, presencia constante.

La conocí en una de las pausas que deja el recorrido por los hospitales del país. Su historia se había quedado en una pequeña agenda, entre hojas dobladas y notas que se pierden en el trajín de los días. Hoy la comparto, porque al encontrarla sentí que no debía seguir escondida entre el papel que guarda los recuerdos laborales.

Hoy, cuando el mundo parece gritar desde las pantallas, el parque sigue siendo su cabina, su estudio, su altar. No cobra por sus palabras, no espera aplausos, no busca seguidores. Solo quiere que, al menos por un rato, alguien sepa que la vida también tiene historias hermosas. Tal vez, algún día, este noticiero sin cámaras, transmitido desde un rincón de Popayán, nos enseñe que comunicar no es decir mucho, sino decir con el corazón.