Ella es María Eugenia, la mujer de la plazoleta San Francisco de Popayán
Entrevista a esta reconocida habitante de calle de la ciudad, quien deja ver la calidez de su corazón preparando y compartiendo una colada para celebrar a navidad.
Dice que se llama María Eugenia, no pronuncia su apellido. Nació en 1960 en el Rosario, Cajibío, Cauca. Ya no se sabe desde cuándo está en las calles de Popayán, mendigando, bailando, gritando, controlando el tráfico.
Ahora permanece en la plazoleta San Francisco, donde los vendedores ambulantes y propietarios de restaurantes cercanos le brindan un café, un pan, un almuerzo. Ellos permiten que la vida para esta mujer menuda, con la piel oscura y cuarteada por el sol, sea más llevadera.
Esa es su rutina, luego de levantarse todas las mañanas del sitio donde Dios, y la solidaridad de una familia payanesa, le permiten pasar la noche: debajo de las escalares, detrás de un baño de una vivienda del tradicional barrio El Cadillal.
Prepara café, una parte lo deja en una olla, otro en un termo, para que doña Nacha lo sirva en el desayuno. O el periodista tome mientras da las noticias en la radio. "Pase un vaso, para que tome café", le dice al comunicador social, muestra que es solidaria, por más humilde que sea el ser humano, siempre hay un chico para compartir.
"La calle es muy dura, cruel, donde hay que enfrentarse con los delincuentes, he dormido en bancas, pasillos, parques, pero ahora el amor de doña Nacha y de don Aroldo me permiten pasar bajo un techo, me dan ese cariño y la ternura que me quitó la puta vida", expresa con esa voz ronca, producto de esa manía de gritar en las calles payanesas. Deja escapar una sonrisa, no todo son madrazos.
Ella es ahora una de las mujeres, habitante de calle, más conocidas en la Ciudad Blanca, la misma de los encopetados apellidos, polítiqueros que se roban hasta la esperanza y centenares de personas que deban ganarse la vida. Ella, María Eugenia, también trabaja: hacer reír con con sus madrazos, su groserías, a pesar de que huela mal, muy mal. Gracias a esto llegan monedas y uno que otro billete.
"Dios es grande, porque me tiene acá parada, a pesar de comerme toda la m que usted pueda imaginar", confiesa mientras prepara una colada, con panela, clavos. Es Navidad, ella no pierde ese espíritu. Con ayuda de un periodista judicial compró los ingredientes. Eso es ella, una mujer que también le gusta la cocina, la limpieza, aunque el mundo la enmarca dentro de los más bajo de esta puñetera sociedad.
"Perdí el bebé, porque ese animal me pegaba, me dada contra el mundo, era un man del Rosario, Cajibío, guerrillero, después me tocó duro con la monjas, en los internados, ya después me fui a la calle, donde me la paso, es duro pero acá estoy parada, gracias a Dios", dice mientras sirve esa colada en esta navidad con aquellos que los acogieron en los tiempos duros de la pandemia.