Enfrentando la realidad de la indigencia en Popayán: un llamado a la acción y la empatía

En días recientes, una odontóloga de renombre, quien aún lleva una pausada caminata y tiene su cabeza cubierta con poco cabello debido a la radioterapia que la ayudó a superar exitosamente dos graves episodios de salud,

Enfrentando la realidad de la indigencia en Popayán: un llamado a la acción y la empatía

Ella fue brutalmente agredida por una habitante de calle, causándole una herida abierta con objeto corto punzante en el pómulo izquierdo de casi 15 centímetros.

Los habitantes de la calle, que la administración municipal calcula en 120, deambulan y duermen en los portales de los bancos y edificios públicos, detrás de la iglesia La Ermita y en las riberas del río Molino en el barrio Bolívar, la arcada de la Herrería del puente El Humilladero infestando las plazas principales de excrementos e inmundicias.

Solo el 3% son ancianos y discapacitados, el 80%, vive en función de conseguir droga, especialmente bazuco, marihuana y chamberlain (mezcla de alcohol industrial con gaseosa). Es común encontrarlos en el parque Mosquera en su estado compulsivo y poliadicto, dedicados a cuidar carros en la iglesia La Milagrosa y en los restaurantes del parque El Quijote, reflejando serios problemas de comportamiento con presencia de conductas depresivas.

Se estima que el 85 % provienen de otras zonas del país que sus autoridades abandonan en la periferia de Popayán.  De cada 10 indigentes, 9 son hombres. Es frecuente encontrar indigentes con formación académica y de familias estables que por malas decisiones y compañías cayeron en desgracia por el desmedido consumo de bazuco.  Si bien la mayoría no son agresivos, hay que saberlos identificar, porque compiten en el negocio con desplazados, ambulantes venezolanos, malabaristas, vendedores de reciclaje, profesionales de la limosna que usan menores para lucrarse. Aunque un 12,7 % de ellos se dedica a robar lo que encuentre a la mano, la mayoría no lo hace: el 28 % recicla y el 44 %mendiga en cafeterías, restaurantes, semáforos y a las afueras de las iglesias. Los Indigentes son greñudos, expelen olor a cloaca, llevan cartones o cobijas limadas por la suciedad y el uso callejero, los zapatos rotos y raídos y la barba hirsuta y desgreñada. La imagen no les importa. Los ladrones en cambio, andan en moto o bicicleta, visten de sudaderas, jeans, zapatillas, gorra y usan armas blancas, pistolas traumáticas o revólveres.

La indigencia merodea las ollas del microtráfico, sitios facilitan dónde comprar la droga. Además, se puede observar la presencia de jóvenes estudiantes, miembros de pandillas que sin duda serán los futuros habitantes de la calle, si no se toman medidas para frenar el fenómeno.

Estudios sociológicos coinciden en que no hay que dar limosnas, hacerlo ayuda a perpetuar la mendicidad, porque el habitante de calle no ve razones para dejar esa vida. Ellos, se valen del miedo que inspira su desgreño para presionar a los transeúntes a darles limosna, al hacerlo le negamos la oportunidad de ser tratados como ciudadano sujeto de derechos y obligaciones. La administración municipal debe manejar la situación como un problema de salud pública, que requiere limpiar las calles de indigentes, dándoles protección en hogares de paso donde pueden encontrar ayuda y tratamiento.