Falleció el escritor peruano Mario Vargas Llosa

Ganador del premio Nobel de Literatura en 2010, Vargas Llosa fue el autor de obras cumbre de la literatura latinoamericana, como "La fiesta del Chivo", "Conversación en La Catedral" o "La ciudad y los perros".

Falleció el escritor peruano Mario Vargas Llosa

El escritor peruano Mario Vargas Llosa, autor de más de 20 novelas y libros de ensayos, ganador del Premio Nobel de Literatura, del premio Príncipe de Asturias, integrante de la Academia Francesa, entre otros reconocimientos, falleció hoy a los 89 años edad tras padecer una larga enfermedad.

Hasta sus últimos días estuvo acompañado de Patricia Llosa Urquidi, su esposa.Ahora están sus tres hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa y ocho nietos, los encargados de seguir promociando su obra en el mundo.

Hay que recordar que Mario Vargas Llosa nació en la ciudad de Arequipa el 28 de marzo del año de 1936, único hijo de la pareja compuesta por Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta.

Después la pareja se separó y la madre se muda a Bolivia, donde reside con el futuro escritor y su familia materna hasta cumplir los nueve años de edad. “Siempre me he sentido arequipeño, aunque no he vivido nunca en Arequipa desde que salí de ella de niño”, confesó a los 77 años de edad, en marco de la donación de su biblioteca a la Ciudad Blanca Peruana.

Y es en la ciudad de Cochabamba donde aprendió a leer como alumno del colegio La Salle, algo que atribuye al hermano Justiniano; por esas épocas leyó “20.000 leguas de viaje submarino” del francés Julio Verne, así como “El árabe” de Edith Maude Hull, y también “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, aunque a escondidas, todo por que su madre le tenía prohibido tocar ese libro, reveló el autor el 2020 en una de sus columnas “Piedra de toque”.

Tras su experiencia en Cochabamba volvió a su país, Perú, a Piura, donde continuó sus estudios en el Colegio Salesiano. En esta ciudad, en “los últimos días de 1946 o los primeros de 1947”, es donde conoció a su padre, al que creía muerto y que acababa de reconciliarse con su madre.

La relación con su padre no fue armónica; Ernesto Vargas era un hombre duro, inflexible y de arrebatos violentos. Al vivir bajo el mismo techo, el futuro escritor conoció el miedo. “Yo sentía pánico. Me temblaban las piernas. Quería volverme chiquito, desaparecer. Y, cuando, sobreexcitado con su propia rabia, se lanzaba a veces contra mi madre, a golpearla, yo quería morirme de verdad, porque incluso la muerte me parecía preferible al miedo que sentía. A mí me pegaba también”, dijo en su autobiografía “El pez en el agua”.

Sus padres se pelearán y reconciliarán numerosas veces a lo largo de la adolescencia del escritor. Dora no dejará a Ernesto, del que depende económicamente, y Ernesto no dejará sus conductas.

Se mudó a Lima, donde estudió en el colegio La Salle el sexto de primaria y el primero y segundo de secundaria. En 1948 un sacerdote de este colegio le hizo tocamientos indebidos; Vargas Llosa atribuyó a este abuso el por qué se alejó de la vida religiosa que le inculcó su madre, una mujer católica. Pasarán 45 años antes de que haga públicos los tocamientos que el hermano Leoncio, con “un hilito de baba en su boca”, le hizo en la bragueta.

En 1950 su padre, obsesionado con reforzarle la masculinidad, lo hizo entrar al Colegio Militar Leoncio Prado del Callao, provincia constitucional vecina de Lima. Estudiar allí fue un sufrimiento, empezando con el llamado “bautizo”, abuso físico y sexual disfrazado de rito de pasaje ejercido por los alumnos de años superiores; a pesar del martirio el escritor considera que su paso por esta institución fue más positivo que negativo, en esos claustros leyó completa la saga de los Mosqueteros de Alejandro Dumas, además de empezar a desarrollar su vocación de escritor.

Víctor Flores, su compañero de camarote, le conseguía clientes entre las filas de cadetes que estaban dispuestos a pagar por cartas de amor para las enamoradas que, a causa del rigor del internado, no podían ver. Cada carta se hacía con información proporcionada por el interesado, insumo vital para que el futuro nobel se ponga a trabajar. “Como los cadetes llevaban fotos en blanco y negro, yo les pedía que me precisen los colores, por ejemplo, de los ojos o del pelo, y yo con esos datos iba donde Mario”, contó Flores en 2001, en entrevista con El Comercio. Pero no solo escribió y vendió cartas, sino “novelitas eróticas” que tuvieron más demanda. Estas anécdotas alimentaron la primera novela del escritor, “La Ciudad y los Perros” (1963). “Con historias de sexo me convertí en escritor profesional”, contará en 2001, en entrevista con Playboy.

El verano de 1952 lo pasó trabajando en el diario La Crónica, donde entró por recomendación de su padre al director. Allí escribió crónica roja, sobre víctimas y victimarios, y vio por primera vez un cadáver. También hizo vida bohemia, algo que perturbó a su padre, quien terminó sacándolo del periódico para que no se eche a perder. “A pesar de sus quince años no se comportaba como un novato, era muy observador”, declaró a este Diario Carlos Ney Barrionuevo, compañero de trabajo. Su último año de secundaria lo hizo en el colegio San Miguel de Piura, mientras vivía en casa de su tío Luis Llosa Ureta, padre del director de cine Luis Llosa Urquidi. Las notas de su último año de secundaria muestran a un alumno bueno en Literatura, malo en Educación Física, curso que aprobó a duras penas.

En 1952 compaginó sus estudios escolares con trabajo en el diario La Industria de Piura; también acabó la obra de teatro “La huida del inca”, que presentó en el Teatro Variedades. En esta época además conoció por dentro la Casa Verde, prostíbulo piurano que serviría de inspiración para su segunda novela, “La Casa Verde” (1966). “[Era] una cosa, muy, muy extraña; era una sola habitación muy grande con puertas alrededor y había una orquesta compuesta por tres individuos, un arpista medio ciego y muy viejo, un guitarrista que además era el cantante y un hombre muy musculoso que tocaba el tambor y los platillos... Y esos tres personajes los he dejado en la novela con los nombres que tenían en Piura”, relatará Vargas Llosa en entrevista con la escritora mexicana Elena Poniatowska.

En 1953 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como estudiante de Letras y Derecho, donde empezó su militancia comunista en el movimiento Cahuide. Dos años después ya trabajaba como asistente del historiador Raúl Porras Barrenechea cuando contrajo matrimonio con su tía, la boliviana Julia Urquidi, que se había mudado a Lima tras el divorcio de su primer marido. La boda, desarrollada contra los deseos de sus padres, inspiró la novela “La tía Julia y el escribidor” (1977).

En los años posteriores el escritor se hizo de varios “cachuelos”, trabajos pequeños que le servían para mantener su matrimonio, incluyendo escriba de noticias en Radio Panamericana, autor de un libro para la Universidad Católica, colaborador para el suplemento El Dominical de El Comercio, etc. Precisamente en 1957 este diario reportó su victoria en un concurso de cuentos organizado por la Alianza Francesa, ganando un viaje a Paris por 15 días, primero de los muchos encuentros que tendría con el mundo francófono.

En 1959 publicó en Lima “Los jefes”, colección de cuentos entre los cuales estaba “El abuelo”, publicado originalmente en 1956 por el suplemento El Dominical de El Comercio. “El fragor de combate que poseen las historias del volumen de Vargas Llosa no ensordece esa vibración delicada, sutil, viva, que constituye en ellas la vigencia del amor limpio que sus personajes manifiestan por la existencia”, dijo por aquel entonces el escritor peruano Sebastián Salazar Bondy, amigo suyo, sobre el libro. En el texto aparece por primera vez el personaje de Lituma, guardia civil que estará presente en varias obras a lo largo de su carrera literaria.

En 1960 el escritor se mudó a Paris, donde seguiría su trabajo como escritor, con dificultades, aunque siempre acompañado de Julia Urquidi, quien hacía las labores domésticas para que Mario haga lo único que sabía: teclear en su máquina de escribir. Fue en París donde frecuentó a otros escritores de su generación, a Gabriel García Márquez (“Cien años de soledad”) y Julio Cortázar (“Rayuela”); dos de los literatos del llamado ‘Boom Latinoamericano’, nombre que se le dio al grupo de escritores de América Latina que destacaron en esta década.

Vargas Llosa fue reconocido con el premio Biblioteca Breve por “La ciudad y los perros” (1963), novela que le abriría las puertas a la fama y que se recreó, con elementos ficcionados, la vida de tres cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado enamorados de la misma mujer. La novela no sentó bien en el colegio. “El libro no tiene otra importancia que la económica para su creador”, dijo entonces Armando Artola, director del colegio. El mismo escritor revelará en 1965 que hubo un “auto de fe” en el colegio en el que se quemaron ejemplares de la novela.

En el año de 1964 se divorció de Julia Urquidi; el abogado boliviano Mario Salinas, quien lo ayudó a divorciarse, confesó que el escritor jamás le pagó sus honorarios (años después incluso se los cobró en persona). Un año después se casó con Patricia Llosa Urquidi.

Con “La Casa Verde” (1966) ganó el premio Rómulo Gallegos. “Es una novela que casi me ha disgustado de la literatura y casi de la vida porque he padecido lo indecible escribiéndola”, dijo el escritor.  Ese mismo año nació su primer hijo, Álvaro Vargas Llosa, que también será escritor.

Mario Vargas Llosa continuó escarbando en sus anécdotas personales y así publicó “Conversación en La Catedral” (1969), que debe su título al bar de la avenida Alfonso Ugarte donde departía con sus colegas de La Crónica. La novela famosa por una de sus primeras frases (“¿En qué momento se había jodido el Perú?”), compaginó también su experiencia como estudiante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la represión de la dictadura de Manuel Odría, representada por el personaje de Cayo Bermúdez.

Por estas épocas Vargas Llosa era simpatizante socialista, algo que cambiará con los años. “Creo que la solución para los problemas terribles que vive América Latina sólo puede ser de carácter socialista”, dijo en entrevista con este Diario. Aun así, dejaba en claro su oposición a los dogmas y su lucha a favor de la libertad. “Estoy también, resueltamente, con aquellos que luchan por descongelar el marxismo”.