La política es dinámica como el viento, pero el periodismo debe ser firme como una roca

El titular de está editorial resuena como un llamado de atención en una época donde la velocidad de los cambios políticos parece exigir que todos nos adaptemos al ritmo vertiginoso de los acontecimientos.

La política es dinámica como el viento, pero el periodismo debe ser firme como una roca

Sin embargo, el periodismo, fiel a su esencia, no puede ni debe moverse con los mismos vaivenes que caracterizan a la política. Al contrario, debe mantenerse firme, anclado en la verdad y la objetividad, porque su rol en la sociedad es uno de los más esenciales: ser el faro que guía en medio de la turbulencia.

La política, por su naturaleza, está sujeta a cambios constantes: promesas que se hacen y se deshacen, alianzas que se forjan y se rompen, prioridades que se desplazan según el viento sopla en el horizonte electoral. Esta dinámica, en ocasiones comprensible, no puede ni debe contagiar al periodismo. Los periodistas no son actores políticos; son observadores críticos, narradores de la realidad que deben resistir la tentación de inclinarse ante las presiones del poder o la seducción de las conveniencias.

Un ejemplo claro de lo que no se debe hacer en el periodismo es lo que ocurrió hace unos años en Popayán, cuando los medios cubrían la alarmante cantidad de huecos en las calles de la ciudad o cuando se anunciaban informes de corrupción en la Secretaría de Salud Departamental. Sin embargo, la objetividad y el compromiso con la verdad se erosionaban cuando el deber ser del periodismo terminaba tan pronto entraba la pauta publicitaria. Este tipo de prácticas no solo traicionan la confianza del público, sino que además ponen en evidencia una relación peligrosa entre la prensa y el poder. Un periodismo que se pliega ante las presiones económicas o políticas pierde su esencia, se convierte en cómplice de la desinformación y, en última instancia, en un instrumento más al servicio de intereses que no siempre coinciden con el bienestar común.

La verdad, sin embargo, tiene una forma de prevalecer sobre la mentira. A lo largo de la historia, hemos visto cómo las verdades incómodas, ocultas temporalmente bajo capas de desinformación y manipulación, han emergido con fuerza para poner las cosas en su lugar. En este sentido, el periodismo debe ser un guardián incansable de la verdad, un baluarte que, aunque enfrenta presiones externas, no cede ante ellas.

Así las cosas, mientras la política sigue su curso dinámico, el periodismo debe permanecer firme en su compromiso con la verdad y la objetividad. Porque si permitimos que la dinámica política dicte los términos del periodismo, perderemos la brújula que nos orienta en medio del caos. La verdad, esa que no se pavimenta ni se acaba la corrupción con pautas publicitarias ni se cubre con conveniencias, debe ser siempre el norte del periodista. Solo así podremos cumplir con la misión que la sociedad nos ha encomendado: informar, con integridad y coraje, sin importar las circunstancias.