La vergüenza de la política electoral en Colombia: una mirada desde la psicología política
Por Edilson Huérfano Ordóñez/ Candidato a Doctor en Comunicación, Universidad de La Plata/ Centro de Investigación Orlando Fals Borda

En la actualidad, el escenario electoral colombiano atraviesa una crisis profunda de representación y de sentido democrático. Lo que debería ser un espacio de deliberación ciudadana, centrado en propuestas serias para resolver los problemas estructurales del país, se ha transformado en un espectáculo vacío donde predominan la violencia simbólica, las descalificaciones personales y la manipulación emocional en redes sociales.
El deterioro del debate democrático
La psicología política nos enseña que la democracia se sostiene sobre dos pilares: la confianza colectiva y la deliberación pública. Sin embargo, en Colombia, los candidatos han reducido el debate a un intercambio de ataques, memes y amenazas veladas. Este comportamiento erosiona la legitimidad del sistema político, pues transmite al ciudadano la idea de que lo electoral es un campo de batalla de egos, y no un escenario de construcción colectiva.
Autores como Antonio Pasquali y Jesús Martín-Barbero advertían que la comunicación política no puede degradarse en simple propaganda o insulto, porque cuando eso ocurre la esfera pública se convierte en un espectáculo de poder sin contenido. Esta “espectacularización de la política” anula la discusión racional y genera desafección ciudadana.
Psicología política del ataque y la banalización
Desde el campo de la psicología política, el uso sistemático de ataques personales responde a mecanismos de proyección y defensa: los candidatos desplazan sus debilidades hacia el adversario, con el objetivo de movilizar emociones negativas —ira, miedo, resentimiento— en la ciudadanía. Sin embargo, este tipo de estrategia, que en el corto plazo puede dar réditos electorales, en el largo plazo destruye la confianza social y normaliza la violencia como modo de relación política.
La banalización de las redes sociales como espacio central del debate electoral genera un círculo vicioso: candidatos que no presentan propuestas, electores que se sienten defraudados, y una democracia que pierde su capacidad de ser un pacto colectivo. La consecuencia inmediata es la apatía y el abstencionismo, síntomas de una democracia enferma.
Recuperar la seriedad y la responsabilidad
Frente a esta realidad, es necesario recuperar la centralidad del debate serio, programático y propositivo. La democracia requiere candidatos que asuman la política no como un negocio personal ni como un campo de guerra simbólica, sino como un espacio de responsabilidad histórica.
El país necesita líderes capaces de plantear soluciones a los problemas urgentes: desigualdad, corrupción, violencia, crisis ambiental y falta de oportunidades para los jóvenes.
La psicología política nos recuerda que la ciudadanía no solo vota por programas, sino también por símbolos, emociones y percepciones de liderazgo. Por eso, un llamado ético a los candidatos es indispensable: dejar de manipular emociones destructivas y comenzar a construir un horizonte de esperanza colectiva.
Invitación a candidatos y a los ciudadanos
Invito a todos los candidatos, sin excepción, a comprender que el país no puede seguir el juego de quienes, en su cabeza y en su discurso, solo propician la violencia y no las ideas. Colombia merece debates que eleven la conciencia ciudadana, que aporten soluciones reales y que devuelvan dignidad al ejercicio de la política.
Y al mismo tiempo, invito a la ciudadanía a no conformarse con el espectáculo de insultos y agresiones. La democracia no mejora sola: se fortalece cuando el pueblo exige respeto, seriedad y propuestas. No basta con indignarse en redes sociales, es necesario reclamar que los debates giren alrededor de proyectos de país, no de pasiones personales.
El país necesita que sus líderes y su gente comprendan que la democracia se defiende con ideas, no con agravios. Colombia no resiste más confrontaciones vacías: requiere proyectos sólidos que devuelvan la confianza en la vida pública y abran caminos de esperanza colectiva.