Marta Agredo: cuando la política se repite como farsa

La exconcejal verde que prometía renovación terminó envuelta en polémicas, salpicada por escándalos de corrupción y atrapada en las lógicas del poder que decía combatir.

Marta Agredo: cuando la política se repite como farsa
Marta Agredo, símbolo del fracaso del cambio político en Colombia

La designación de Marta Lucía Agredo en la Cancillería duró apenas seis días. Su salida abrupta, en medio de informes que la vinculan a las investigaciones contra el prófugo Carlos Ramón González, refleja cómo el sistema político colombiano termina devorando a quienes se presentan como alternativas de cambio.

Seis días que lo dicen todo

Agredo fue nombrada directora de Cooperación Internacional en el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero su hoja de vida desapareció del portal oficial en menos de una semana. Según reveló W Radio.

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Cronología de incoherencias

Lo más llamativo es que, en el pasado, Agredo se opuso al aval que el Partido Verde otorgó a Juan Carlos López Castrillón como candidato a la Alcaldía de Popayán, cuestionando la incoherencia de respaldar a un político señalado. Sin embargo, con el tiempo y, especialmente tras su elección, terminó convirtiéndose en una de sus principales aliadas, dejando en evidencia cómo la conveniencia política suele imponerse sobre los principios.

¿Qué hacer para romper el ciclo?

  • Reformas a los partidos: que los avales respondan a procesos internos transparentes, no a pactos entre cúpulas.
  • Control ciudadano real: veedurías con capacidad legal de fiscalizar nombramientos y gestiones.
  • Inhabilidades estrictas: impedir que funcionarios con investigaciones judiciales ocupen cargos hasta resolver su situación.
  • Educación política: ciudadanos más críticos que no premien incoherencias ni transfuguismos.

Una lección incómoda

El caso Agredo confirma que en Colombia la política se ha convertido en un escenario donde los servidores públicos se sirven del poder, en lugar de servir al ciudadano. La promesa de cambio no resiste si no va acompañada de vigilancia, rendición de cuentas y ética a toda prueba. Mucho menos puede depender de ideologías: ni el progresismo de Gustavo Petro ni la seguridad democrática de Álvaro Uribe lograron atacar de frente el peor mal que corroe a la patria: la corrupción. Porque se supone que todo aquel que ostente un cargo público debe tener claro que su rol es servir al pueblo, no enriquecerse ilícitamente de la noche a la mañana con los recursos que con esfuerzo pagan los contribuyentes.

El sistema político colombiano se comporta como una máquina que absorbe y neutraliza cualquier intento de renovación. La ciudadanía debe tomar nota: no basta con discursos de cambio; se requieren estructuras de control y participación que hagan imposible que la política vuelva a repetirse como farsa.

Marta Agredo es hoy un símbolo del fracaso de las promesas de renovación. Su caso es un llamado a la ciudadanía para no olvidar, para exigir y vigilar, porque si la memoria falla, la política seguirá siendo el mismo libreto de siempre.

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