Más allá de las Ideologías, el Verdadero Debate es sobre Principios, Justicia y Equidad
En Colombia, la polarización ha dominado nuestra narrativa política por demasiado tiempo.
La llegada de Gustavo Petro a la presidencia representó un cambio histórico, pero lo que realmente debería haber marcado su ascenso no es el hecho de ser el primer presidente de izquierda en el país, sino su promesa de justicia social, respeto por lo público y un compromiso con los principios. En un país profundamente desigual, este no es un asunto de izquierdas o derechas, sino de principios y valores fundamentales que deben guiar a todos, sin importar las etiquetas políticas.
Hoy más que nunca, los colombianos necesitamos entender que el debate político va más allá de las ideologías. Nos enfrentamos a una realidad que requiere más que simples discursos; necesita líderes con convicción, que comprendan que la política es un servicio y que el poder no es una herramienta para el beneficio personal. El presidente Petro, con todos los retos que ha enfrentado, ha intentado mantener un discurso de integridad, recordando aquellas palabras que pronunció como alcalde de Bogotá: “Podrán decir que metí las patas, pero nunca las manos”. Con esto, enfatizaba que jamás se ha aprovechado de los recursos públicos, que deben ser sagrados, como bien nos enseñó Antanas Mockus. Sin embargo, la realidad es que las promesas no son suficientes si no están acompañadas de acciones concretas y transformadoras.
Es cierto que Gustavo Petro ha impulsado reformas clave, desde su política de "paz total" hasta su lucha por la equidad tributaria y la transición energética. Pero, tras más de dos años en el poder, los avances parecen insuficientes para una nación que sigue sumida en la violencia, la corrupción y la desigualdad. El caso del Cauca es un claro ejemplo de esta crisis: un departamento golpeado por la guerra, los bloqueos y el abandono estatal. Las comunidades indígenas, los campesinos y la población afrodescendiente siguen sufriendo una realidad injusta, donde la falta de acción gubernamental los condena a una vida de pobreza y marginación. Las promesas de campaña de un país más equitativo siguen siendo promesas, y el tiempo para cumplirlas se acorta.
Es momento de reflexionar: no se trata solo de Petro ni de su partido, se trata del destino de nuestra democracia, de nuestras instituciones y de nuestra sociedad. No podemos seguir cayendo en el juego de la polarización, donde se divide a la población entre “amigos” y “enemigos” de un modelo de gobierno. La verdadera pregunta es: ¿Qué tipo de país queremos ser? Un país que perpetúa la injusticia y la desigualdad o uno que lucha por la equidad, la transparencia y el respeto a la dignidad humana.
En este punto, los colombianos debemos recordar que la democracia no se construye solo con el voto. Se edifica día a día con la defensa de los valores que nos unen como nación: la búsqueda de la justicia social, la protección de lo público y la lucha por un país en el que todos tengan las mismas oportunidades. No se trata de un "gobierno de izquierda" o "derecha"; se trata de un gobierno que actúe con principios, que valore la vida de todos los ciudadanos por igual y que se comprometa con el bienestar colectivo.
La crisis en el Cauca, con comunidades atrapadas entre la violencia de los actores armados y el olvido estatal, es un llamado urgente para que el Estado colombiano, en su conjunto, entienda que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la construcción de condiciones dignas para vivir. Los bloqueos, las protestas y los conflictos que vemos en departamentos como el Cauca no son más que el reflejo de un Estado que aún no ha llegado a muchos rincones del país con soluciones reales. No podemos perder de vista que la justicia y la equidad deben ser pilares de cualquier administración que quiera transformar Colombia, y es por eso que, más que nunca, debemos cuidar nuestras instituciones y luchar por la democracia.
El presidente Petro tiene una oportunidad única de demostrar que se puede gobernar con decencia, integridad y compromiso con el pueblo. Pero también es responsabilidad de todos los colombianos, sin importar nuestra posición política, exigir que nuestros líderes actúen con principios. Es hora de que entendamos que el debate no es sobre quién está en el poder, sino sobre cómo se utiliza ese poder para mejorar la vida de todos los ciudadanos.
Recordemos las lecciones de Mockus, quien nos enseñó que los recursos públicos son sagrados y que la política es una herramienta para construir un mejor país, no para el beneficio personal. No podemos perder la fe ni la esperanza en que es posible construir un Colombia más justo, pero tampoco podemos caer en la trampa de pensar que el fin justifica los medios. Necesitamos líderes que, más allá de sus errores, actúen con principios y valores, porque solo así podremos cambiar esta realidad que, cada día, se vuelve más trágica y desesperanzadora.
Hoy, más que nunca, Colombia necesita un liderazgo moral y ético, una visión que trascienda las ideologías y se enfoque en la justicia social, la equidad y la dignidad humana. No es un momento para divisiones; es un momento para unirnos en defensa de los principios que deben guiar a cualquier gobierno que pretenda realmente transformar nuestro país.