Popayán alista sus procesiones de Semana Santa con la limpieza del tradicional paso “Cristo de la Sed”
Familias enteras, cargueros experimentados y nuevos entusiastas se reúnen para preparar cada detalle de esta tradición centenaria, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Las procesiones de Semana Santa en Popayán, una de las tradiciones religiosas más antiguas de América con 469 años de historia, viven estos días una de sus labores más significativas: la limpieza y preparación de los “pasos”. Decenas de familias se congregan para retomar la historia que se esconde tras los barrotes y ornamentos del Cristo de la Sed, uno de los pasos del martes y miércoles santo, que recorre las calles de la ciudad declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
El síndico del paso, Andrés, explica con detalle la minuciosa labor de limpieza. “Tras la procesión del año anterior, se acumula cera en la madera y la orfebrería, lo que exige un trabajo cuidadoso. Nos reunimos en familia: esposas, novias, hijos y todos los que amamos esta tradición”. Añade que se retiran y limpian cada pieza: los barrotes del anda, las carteras, los esquineros, las jarras y las mallas. Asimismo, se pule la orfebrería, que abarca desde los soportes de las velas hasta coronas y demás adornos metálicos.
Aunque el acto de limpiar cera y abrillantar figuras podría parecer mecánico, para los habitantes de Popayán es mucho más: representa un gesto de fe y unión. Las mujeres, por su parte, se encargan de la costura y el mantenimiento de los vestidos, como relata María José: “Nosotras acomodamos los callos del sitial, los detalles de terciopelo y oro, y preparamos los trajes del San Juan y del centurión romano para que luzcan impecables durante la Semana Mayor”.
La importancia familiar y comunitaria de esta tradición la ilustra también la historia de María, quien será “saumadora” (la persona que porta el incienso). Cuenta que ha esperado alrededor de 19 años para salir en la procesión adulta. “Desde los 3 años salía en la Semana Santa chiquita; allí empezó mi amor por esta hermosa tradición”, explica. Emocionada, recuerda cómo su abuela fallecida le dejó las panderetas que usará este año, un símbolo de la continuidad generacional que vive en cada paso.
Para Cristian, carguero experimentado, los valores fundamentales son “fe, compañerismo y temple”. Con 21 años cargando pasos, destaca la forma en que cada participante se respalda en las procesiones. “Salen ocho cargueros y regresan los mismos ocho: esa es la filosofía. Si uno tiene algún problema, el resto del grupo lo apoya para que nadie quede rezagado”. Por su parte, Felipe, también carguero y el primero en su familia, recalca: “A mis hijos les inculco el valor de esta tradición, para que entiendan y conserven lo que nos identifica como payaneses”.
Uno de los momentos más curiosos ocurre durante la “cotejada”, cuando los cargueros se alinean según su estatura. “Los del centro son más bajitos, y los de las esquinas, más altos, para equilibrar el peso del paso”, explica Felipe. Al mismo tiempo, evitan bromas con los zapatos: algunos cuentan que en años anteriores se los escondían, desatando risas y demoras.
El engranaje completo de cargueros, saumadoras, novias, esposas, hijos y devotos configura una verdadera “familia Semana Santa”. Este tejido social labra cada detalle que hace posible el desfile del Cristo de la Sed y de todos los demás pasos que conforman la tradición de la ciudad. El reconocimiento internacional no solo radica en la belleza estética de los pasos o la solemnidad de las procesiones, sino también en la fuerza comunitaria que se consolida cada año tras bambalinas.
A pocos días de la Semana Mayor, Popayán ultima detalles para que sus procesiones luzcan en todo su esplendor. Entre brillos de oro, terciopelos españoles y la esperanza que se hereda de generación en generación, esta ciudad del suroccidente colombiano se prepara para vivir, una vez más, la fe que une a todo un pueblo. La expectativa crece a medida que se acerca el inicio de la semana mayor, mientras los cargueros, mujeres y niños aguardan ansiosos su turno para sostener y dar vida a un legado que ya cumple 469 años.
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