Popayán sin futuro: entre promesas rotas y un pasado que nos condena
La ciudad histórica que forjó la independencia de Colombia hoy sufre el secuestro de sus servicios públicos, la ineficiencia institucional y el desencanto ciudadano.

La historia de Popayán es una mezcla de resistencia y mestizaje. Desde los tiempos de los pubenenses hasta las luchas independentistas, siempre hemos sido un pueblo que se enfrenta al poder cuando este atropella. Sin embargo, hoy la rebeldía ancestral parece dormida, anestesiada por un modelo de ciudad que no avanza, que se conforma y que cede sus recursos a intereses privados.
Desde la alcaldía de Ramiro Antonio Navia, cuyo legado sigue siendo motivo de controversia, Popayán ha venido cediendo el control de sus servicios públicos a empresas privadas. Primero fue la recolección de basuras; luego, el tránsito y transporte, con la implantación de las fotomultas; y más recientemente, el servicio de alumbrado público, entregado en alianza con privados gracias a la pericia del exalcalde Juan Carlos López Castrillón, quien, apelando a su conocida habilidad para hacer negocios con lo público, impulsó la creación de la empresa mixta “Ciudad Moderna”, altamente cuestionada desde su origen. Todo esto fue posible con las facultades otorgadas por el Concejo Municipal. Hoy duele constatar que buena parte de esos concejales fueron reelegidos por la ciudadanía, como ovejas llevadas al matadero. Otros, con desfachatez y sin el menor pudor, tienen incluso la osadía de querer postularse como futuros alcaldes de Popayán, confiando en la frágil memoria colectiva de una ciudad que, lamentablemente, parece condenada a repetir su historia.
Cada una de estas decisiones ha significado menos recursos para hospitales, escuelas, polideportivos, acueductos y demás necesidades básicas. Lo grave no es solo la privatización, sino la forma en que se ha hecho: sin estudios sólidos, sin consulta a la ciudadanía y favoreciendo a empresarios cercanos al poder político de turno.
La administración de Juan Carlos Muñoz Bravo llegó con un discurso de independencia política y de recuperación institucional. Pero luego de un año y medio de gobierno, lo que hemos visto son vacilaciones, secretarías sin ejecución, y funcionarios más preocupados por cuidar la silla que por honrar la promesa de transformar la ciudad.
Los indicadores de gestión no mienten. Hay secretarías que simplemente no arrancan, mientras el tiempo corre en su contra. El municipio de Popayán cuenta con 831.690 millones de pesos disponibles para ejecutar en este año, y no existe excusa válida que justifique la parálisis, la ineficiencia o la mediocridad. Como bien dijo el presidente de El Salvador, Nayib Bukele: “cuando la plata no se la roban, alcanza”. Pero en Popayán, el drama es aún más indignante: hay secretarios tan incompetentes que ni siquiera logran ejecutar los recursos asignados. Y esa incapacidad también es una forma de corrupción.
Mientras tanto, los sueldos de directivos en empresas como la Compañía Energética de Occidente, superan los 70 millones de pesos mensuales. Una cifra escandalosa frente al salario mínimo con el que sobrevive la mayoría de los caucanos. Y peor aún, muchos de estos servicios que pagamos con altos costos, ni siquiera se reinvierten en Popayán, sino que enriquecen a particulares en otras ciudades.
Nos duele la ciudad. Nos duele ver cómo las promesas se disuelven en discursos vacíos. Nos duele que Popayán, una ciudad que fue cuna de patriotas y bastión de independencia, hoy esté gobernada por la indecisión, la ineficacia y la claudicación.
No se trata de atacar personas. Se trata de exigir resultados. Aún hay tiempo, pero el margen se reduce. La ciudadanía no puede seguir premiando con silencio la negligencia. Es momento de despertar la dignidad que nos heredaron quienes lucharon por esta tierra.
Popayán no necesita más discursos ni poses. Necesita decisiones valientes, funcionarios capaces y ciudadanos conscientes. La historia no se repite por destino, sino por omisión. Y Popayán merece futuro, no resignación.