Salud mental: una de las heridas invisibles de la guerra
La guerra en Colombia trajo consigo múltiples consecuencias en la población sobreviviente, una de ellas problemas de salud mental, que sin duda requieren una especial atención del Estado.
Esta es la principal conclusión obtenida en el encuentro “Hilando vidas y esperanza: experiencias de construcción de paz desde los territorios”, una iniciativa del programa Hilando Vidas y Esperanza, de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), implementado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en alianza con Colombia+20.
Este espacio permitió reunir miembros de comunidades indígenas y afros del Cauca, quienes contaron sus experiencias en el marco del conflicto y cómo hoy día afrontan su proceso de reconciliación con la vida y la sociedad.
Este evento estuvo presidido por Camilo Leguízamo, coordinador del programa Hilando Vidas y Esperanza en OIM, quien consideró que la mejor atención que se les puede dar a las personas que padecen un deterioro psicológico por efectos de la violencia es “ampliando su acceso a servicios de salud mental y atención psicosocial; brindándoles oportunidades de generación de ingresos y de reconstrucción del tejido social; fortaleciendo sus habilidades comunicativas y ejecutando planes integrales comunitarios con enfoque de desarrollo inclusivo que las acerquen a sus raíces y estén basados en sus prácticas tradicionales”.
Aspecto que tienen muy claro en Toribío - Cauca, donde actualmente las autoridades locales avanzan en la implementación de la política pública de salud mental y prevención de consumo de sustancias psicoactivas, que quiere tratar este tipo de situaciones en el departamento. “Así se empoderan los territorios, la institucionalidad debe enriquecer a los ciudadanos y desde Toribío para todo el Cauca queremos enseñar desde el ejemplo que seguimos con heridas del conflicto, y está bien admitir eso para salir adelante. Los estados depresivos que nos dejó la violencia los tratamos y seguiremos tratando con medicina tradicional y ancestral, pero especialmente con empatía”, sostuvo Mayra Alejandra Yule, funcionaria de la Secretaría de Salud de este municipio; quien lideró el diseño de esa política con un enfoque étnico.
Durante la intervención de las comunidades, los participantes coincidieron que el camino de la sanación ha sido largo y que de no tomar acciones puede seguir enfatizando el patrón de la violencia.
Para el mayor Campo Elías, indígena del resguardo Kwet Wala en Pradera, Valle del Cauca, es esencial aprender a sanar desde el amor, para no seguir en un círculo que genere otro tipo de conflictos. Así se refirió.
“Todos hemos aprendido a sanar, pero no ha sido sencillo. Este tipo de heridas no son las que causan un metal para abrir la piel, porque no están en la superficie, sino en el ser de cada persona. Eso ha causado muchas discordias, porque todavía hay gente que no entiende que la parte psicológica después de episodios tan horribles lleva a enfermedades, intranquilidades y desarmonías. Si esto no se cura, se vuelve un ciclo y así se podría generar otra clase de guerra”, sostuvo.
Por su parte, Luz Carabalí, lideresa social de la comunidad de La Alsacia, en Buenos Aires, Cauca, expresó que el papel de la mujer ha sido fundamental para los procesos de sanación y la no repetición. “Las mujeres en mi comunidad somos las que hemos liderado estos procesos desde que nos desplazaron forzosamente en el año 2000. Hemos entendido nuestra responsabilidad histórica y la apertura cada vez más para escuchar a los jóvenes, que entiendan lo que pasó y lo que sufrimos para que eso no suceda nunca más”, dijo.
Durante el evento también participó Arduin Fernández UI, autoridad indígena nasa de la vereda Flayo-Klayu, Toribío, quien dio una perspectiva sobre una violencia mucho más invisibilizada, la de las personas LGBTIQ+ dentro de pueblos étnicos. Una población que ha tenido que sufrir las estigmatizaciones de su mismo pueblo hasta la crueldad desproporcionada de los actores armados.
“Soy producto de una violación. Ya no le tengo rencor a mi padre y aprendí a vivir desde el perdón para sanar. Ser LGBTIQ+ en un pueblo indígena no es fácil, porque muchas personas piensan que esa orientación sexual es una enfermedad. Eso no es para que nos escondamos, sino para que seamos más fuertes”, expresó el líder.
Añadió, “No nos callemos, regalemos sonrisas y aprendamos a remediar todo lo que nos ha hecho daño. Créanme que regalar sonrisas y un abrazo puede salvar vidas”.