Cauca: ¿Hasta cuándo permitiremos que nos sigan condenando al olvido?
Mientras los políticos de turno reparten discursos vacíos y las organizaciones sociales celebran pequeñas victorias de corto alcance, el Cauca se desangra, se estanca y se olvida.

A pesar de la diversidad étnica, la riqueza natural y la fortaleza cultural que deberían ser motivo de orgullo, lo que domina hoy es la pobreza normalizada, la violencia crónica y una resignación colectiva que avergüenza. ¡Y todos somos culpables de ello!
Los partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda, han sido igual de mezquinos y utilitaristas. Los unos, predicando seguridad mientras entregaban servicios públicos a los grandes grupos económicos como lo hizo el uribismo con la energía eléctrica, privatizando a través de la Compañía Energética de Occidente (CEO) y condenando a miles de caucanos a pagar tarifas impagables a una empresa que solo vino a enriquecerse. Los otros, enarbolando banderas de paz y cambio social mientras abandonan a su suerte a nuestros campesinos e indígenas, atrapados entre cultivos ilícitos, el hambre y las balas de las disidencias.
Los últimos gobiernos de Popayán, por su parte, se convirtieron en simples administradores de miserias. Sin una visión estratégica, sin capacidad de gestión real, entregaron los servicios públicos, permitieron que la infraestructura colapsara, abandonaron a nuestros jóvenes a la desesperanza y dejaron que Popayán, cuna de la libertad, se apagara en la mediocridad. Alcaldes y concejales preocupados por sus contratos, sus negocios y sus intereses politiqueros mientras la ciudad y el departamento entero pierden a diario lo poco que les queda.
¿Y las organizaciones sociales? Muchas, aunque no toda, se han conformado con agendas reducidas, luchas fragmentadas y, en algunos casos, con la triste cooptación de intereses económicos o políticos externos. ¿Dónde está la minga del desarrollo integral? ¿Dónde está la lucha unificada para exigir educación digna, salud real, carreteras de calidad, seguridad para todos? Hoy nos dividimos en mil causas pequeñas mientras los grandes problemas siguen creciendo como un cáncer imparable.
El problema no es solo la violencia, ni solo la pobreza, ni solo el abandono estatal: el problema real es la NORMALIZACIÓN de todo eso. Nos acostumbramos a ver desplazamientos masivos, a enterrar líderes sociales, a vivir con cortes de luz, a enviar a nuestros hijos a escuelas derrumbadas, a pagar servicios costosos a empresas foráneas que nos saquean.
El Cauca, glorioso en sus luchas pasadas, hoy parece condenado al olvido por nuestra propia pasividad. Y no nos digamos mentiras: Bogotá no va a salvarnos, ni lo hará Cali, ni Medellín. El centralismo colombiano nos da la espalda mientras caemos en la pobreza, mientras nuestros jóvenes son reclutados, mientras nuestras comunidades indígenas y afrodescendientes son desplazadas. Ni la derecha que habla de "orden" ni la izquierda que promete "paz total" tienen un verdadero plan para el Cauca. ¡Somos invisibles para la nación que nosotros ayudamos a fundar!
¿Dónde quedaron los herederos de los payaneses que dieron su sangre por la independencia de Colombia? ¿Dónde está el espíritu rebelde de quienes soñaron una patria digna? Cómo es posible que aceptemos la mediocridad, la corrupción y la violencia como si fueran nuestro destino inevitable?
Hoy el llamado es claro y urgente:
- A los políticos locales y nacionales: ¡dejen de saquear el Cauca! ¡Dejen de pensar en sus partidos y sus contratos y trabajen por la vida, la dignidad y el futuro de nuestro pueblo!
- A las fuerzas vivas, empresarios, académicos, líderes sociales: ¡unifiquen sus agendas! ¡Salgan de la comodidad de sus intereses particulares y trabajen juntos por un proyecto de región!
- A las comunidades, a los jóvenes, a los campesinos: ¡no aceptemos más la resignación! ¡Exijamos más! ¡Movilicémonos, organicémonos, eduquémonos y votemos con conciencia!
- A los medios de comunicación, a los periodistas honestos: ¡no bajen la voz! ¡Expongan la corrupción, denuncien la violencia, visibilicen las luchas que sí construyen!
El Cauca no puede seguir siendo el territorio de las promesas incumplidas y los minutos de silencio hipócritas. El Cauca debe volver a ser el territorio de la dignidad y la vida plena.
Porque no estamos condenados al dolor eterno, pero si seguimos aceptándolo como norma, seremos nosotros mismos los enterradores de la herencia de quienes lucharon para que hoy pudiéramos llamarnos libres.
¡Cauca merece despertar! Cauca merece renacer. ¡Pero depende de nosotros, y solo de nosotros, que ese renacimiento sea real!