Del pueblo al poder… y del poder al abandono: la tragedia que padecemos en Popayán y el Cauca
Desde 1991, cuando se instauró la elección popular de alcaldes y gobernadores, el Cauca no ha cambiado su destino. Ni la “paz total” de Petro ni los discursos populares han frenado la pobreza ni la violencia.
Han pasado más de tres décadas desde que Colombia abrió las urnas para elegir a sus alcaldes y gobernadores. Se suponía que la democracia territorial traería desarrollo, justicia y oportunidades. Pero en el Cauca y en Popayán, la historia es otra: seguimos hundidos en la miseria, el abandono, la pobreza y el hambre, mientras los mismos de siempre se reparten el poder disfrazados de redentores del pueblo.
La política popular que nunca fue
Desde 1991, hombres y mujeres de extracción popular han ocupado los cargos de poder en el Cauca. Pero, lejos de transformar el territorio, han perpetuado un modelo de clientelismo que premia la lealtad política y castiga la competencia técnica. Los discursos de cambio se convirtieron en excusas para mantener el mismo sistema de favores, contratos y cuotas burocráticas.
Y en ese fracaso colectivo, la Gobernación del Cauca se volvió el mejor ejemplo del deterioro institucional.
Temístocles Ortega: el origen de un modelo perverso
Creemos firmemente que Temístocles Ortega, actual senador y dos veces gobernador del Cauca, fue quien instauró la trágica forma de gobernar basada en rodearse de exalcaldes, muchos de ellos reciclados del fracaso local, sin vocación técnica ni visión regional. Desde su llegada al poder con un discurso de supuesta lucha de clases, la Gobernación dejó de ser un espacio para planificar el desarrollo y se convirtió en un directorio político, una maquinaria electoral al servicio de los mismos de siempre.
Ese modelo, heredado y perfeccionado por sus sucesores, explica por qué el Cauca sigue siendo un departamento con los peores indicadores de pobreza, desempleo e inseguridad del país. No se gobierna para transformar, se gobierna para mantener la red de poder.

Popayán: la capital de las promesas rotas
Y si de Popayán hablamos, la historia no es distinta. Los últimos alcaldes se han autoproclamado hijos del pueblo; otros han llegado con supuestos contactos en Bogotá prometiendo grandes obras de infraestructura, y algunos, como el actual mandatario, ofrecieron independencia política. Sin embargo, lo único que han heredado del pueblo son sus problemas, no su dignidad ni su sacrificio.
Porque, en todo caso, el pueblo y su sacrificio siempre permanecen intactos: al fin y al cabo, es el pueblo quien paga los impuestos con los que se sostiene ese famoso Estado que poco devuelve a cambio.
Desde Ramiro Antonio Navia Díaz, exalcalde de Popayán, quien dio inicio a la privatización sistemática de los servicios públicos en la ciudad, y hoy es ficha política clave del exgobernador del Cauca Elías Larrahondo, quien, según se comenta, ya calienta motores para volver a aspirar al mismo cargo, la historia se repite. Y si llegara a ganar nuevamente, no sería sorpresa: al fin y al cabo, el pueblo carece de memoria, especialmente los ciudadanos payaneses, que parecen haber olvidado que Larrahondo no ejecutó un solo proyecto de impacto para la capital durante su gestión como gobernador.
En fin, lo que ha predominado entre los anteriores alcaldes de Popayán es una competencia feroz por ver quién entrega más servicios públicos a manos privadas, obviamente con las facultades otorgadas por el Concejo Municipal, siempre dispuesto a aprobar lo que convenga a los intereses de unos pocos.

De tanto vender y concesionar, dicen con ironía que los exalcaldes de Popayán no vendieron el Parque Caldas porque no tenían las escrituras. Todo lo demás fue puesto sobre la mesa bajo el argumento de “modernizar” la ciudad.
Así quedó evidenciado durante la administración del exalcalde Juan Carlos López Castrillón, cuando se creó la famosa empresa mixta Ciudad Moderna, un experimento con todos los cuestionamientos posibles, pero que aun así vio la luz.
Al final, no hubo modernización, o mejor dicho, si hubo porque se creo Cuidad Moderna. Porque es innegable que las privatizaciones son la razón por la cual hoy Popayán carece de los recursos económicos necesarios para transformar su territorio.

En consecuencia, el actual mandatario, y los que vengan, seguirán administrando pobreza, porque las utilidades que deberían fortalecer el desarrollo local se quedan en manos privadas.
Por eso, recuperar los servicios públicos no es solo una necesidad: es una causa en la que el pueblo no puede claudicar.

Petro y la “paz total” que multiplicó la violencia
A este panorama de entrega de lo público a manos privadas y abandono estatal se suma el fracaso del Gobierno Nacional. La llegada de Gustavo Petro a la presidencia no trajo la “Colombia, potencia mundial de la vida”, sino una Colombia multiplicada en su violencia.
Con la buena voluntad que el presidente de los colombianos mostró hacia los grupos al margen de la ley, el Gobierno otorgó gabelas a las estructuras armadas ilegales, les permitió rearmarse, fortalecerse y expandirse. El resultado ha sido devastador: más masacres, más desplazamientos, más miedo.
En el Cauca, los fusiles volvieron a sonar con fuerza, y la llamada “paz total” terminó convertida en una burla total.
Precisamente ayer, dos civiles perdieron la vida en un ataque con explosivos dirigido contra la Policía Nacional en el municipio de Suárez, Cauca, otro trágico episodio que demuestra que la violencia no se detuvo: simplemente cambió de discurso, pero no de método.

Porque mientras desde Bogotá se escriben columnas sobre la belleza eterna de Roma y el paso del tiempo, en el Cauca seguimos contando los muertos, los bloqueos y los niños desnutridos. Aquí la historia no está esculpida en mármol: se escribe con sangre y olvido.
La verdadera transformación del Cauca no nacerá de los decretos de un burócrata ni de los discursos populistas que prometen redención mientras perpetúan la miseria. Surgirá cuando los ciudadanos comprendan que la libertad no se delega, se ejerce, y que ningún político, por más “del pueblo” que se diga, tiene derecho a decidir por encima de la voluntad individual y del trabajo honesto de la gente. El progreso no depende de más Estado, sino de menos control y más responsabilidad personal, de liberar al ciudadano de la servidumbre política y económica que lo condena a esperar lo que puede construir por sí mismo.
Esa es la batalla cultural que nos corresponde dar: enseñar que la prosperidad no nace del poder, sino de la libertad; que el respeto a la propiedad y al mérito es la base de la dignidad humana; y que un pueblo libre, informado y consciente es el único capaz de romper las cadenas del clientelismo y del miedo.
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