El Cauca bajo fuego: ¿paz total o territorio entregado?
Mientras el gobierno nacional insiste en una paz sin condiciones, los grupos ilegales avanzan, siembran terror y asesinan. La población civil en Popayán y el Cauca vive hoy un retroceso de más de dos décadas en seguridad y presencia estatal.

El más reciente ataque con carro bomba contra la estación de Policía en Mondomo, norte del Cauca, no es un hecho aislado ni un acto de “sabotaje” por parte de enemigos de la paz, como algunos insisten en señalar. Es la evidencia brutal de que los grupos armados ilegales han ganado terreno, se han rearmado y hoy se sienten con más poder que nunca. ¿La razón? Un gobierno que les abrió la puerta con su propuesta de “paz total”, creyendo que con discursos de buena voluntad bastaba para desactivar años de violencia y criminalidad.

Hoy, en Popayán y el Cauca, se respira miedo. No es gratuito. Las disidencias de las FARC, el ELN y estructuras del narcotráfico han aprovechado cada centímetro de espacio cedido por el Estado para imponer su ley. No hay autoridad legítima donde ellos operan, ni justicia, ni derechos. Lo que hay es extorsión, asesinatos, amenazas, desplazamientos y atentados contra la fuerza pública. Lo que hay es zozobra.
El presidente Gustavo Petro creyó que era posible pactar con todos, al mismo tiempo, sin condiciones, sin cronogramas claros, sin exigencias mínimas de cese de hostilidades. Y lo que ha conseguido es lo que muchos temían desde el principio: el caos. Porque a los bandidos, cuando se les da la mano, no estrechan con gratitud: empuñan el fusil y disparan contra todos.
La “paz total” mal diseñada y peor ejecutada ha significado, en la práctica, un repliegue de la Fuerza Pública. Municipios enteros han sido abandonados. Las carreteras del norte y sur del Cauca son corredores de guerra. Líderes sociales, campesinos, maestros, comerciantes y hasta niños son blanco de un conflicto que nunca se ha ido, pero que ahora se muestra más despiadado que nunca.
En 2024, se registró un asesinato de un líder social cada dos días en Colombia. El Cauca fue uno de los departamentos más golpeados. Y, a pesar de ello, el Estado insiste en mirar hacia otro lado, como si los pactos firmados en mesas de negociación tuvieran el poder mágico de detener las balas y el estruendo de los explosivos.
Pero no. La vida en esta tierra no se detiene con promesas incumplidas. El pueblo caucano, como siempre, sigue intentando sobrevivir. Porque eso es lo que hoy hacemos: sobrevivir. En medio del abandono, del miedo, del ruido lejano (y a veces cercano) de los fusiles y las detonaciones. En medio de una “paz” que no es paz para nosotros.
Este nuevo ataque en Mondomo es, o debería ser, un punto de quiebre. No se puede seguir disfrazando de “intentos de reconciliación” lo que es, en realidad, permisividad y claudicación. Colombia necesita una estrategia de seguridad integral, con justicia social, sí, pero también con autoridad. Una paz con dientes, que castigue al que viola la ley y proteja al que la respeta.
La historia no puede repetirse. No podemos volver a los años en que el Estado era apenas un susurro en medio de un territorio dominado por actores armados ilegales. Exigimos presencia real del gobierno, justicia para las víctimas, garantías para vivir con dignidad.
Hoy, Jueves Santo, mientras en Popayán y el Cauca se encienden las velas para recordar con fe y esperanza los últimos pasos de Cristo, los estallidos de la guerra nos sacuden el alma. Es inadmisible que en esta tierra sagrada, Patrimonio Cultural de la Humanidad, donde el recogimiento, la tradición y la vida comunitaria deberían ser protagonistas, tengamos que cargar también con el peso del miedo y la violencia. Que este día de reflexión nos recuerde el valor de la vida, la dignidad y la necesidad urgente de recuperar el orden, la justicia y la paz verdadera para todos.
Porque mientras la paz siga siendo solo una palabra en los discursos, la violencia seguirá siendo el pan de cada día para miles de caucanos.