El verdadero problema no es la ideología, sino los políticos: ¿somos realmente libres?

Colombia está a punto de cumplir 215 años desde que inició su lucha por la independencia de España.

El verdadero problema no es la ideología, sino los políticos: ¿somos realmente libres?

Sin embargo, esta conmemoración no solo debe ser motivo de celebración, sino también de profunda reflexión sobre el país que hemos construido y el significado real de la libertad.

A lo largo de más de dos siglos, nos hemos liberado del dominio colonial, hemos forjado un Estado soberano y hemos enfrentado conflictos internos que han definido nuestra historia. Nuestra economía se ha transformado, hemos adoptado una identidad nacional propia y hemos intentado, en teoría, construir una sociedad más equitativa. Pero, ¿qué tanto hemos logrado realmente?

Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Durante la mayor parte de su historia, ha sido gobernada por élites políticas y económicas que han beneficiado a unos pocos a costa del resto. En los últimos años, el país experimentó un cambio de dirección con la llegada de un gobierno de izquierda, pero la realidad no ha cambiado: la corrupción sigue carcomiendo las instituciones, el gasto público sigue creciendo sin control y los ciudadanos siguen pagando las consecuencias de un Estado que parece existir más para la clase política que para el pueblo.

El problema, entonces, no es de derecha o izquierda. Es un problema estructural: una clase dirigente que se ha perpetuado en el poder, que se enriquece a costa de los ciudadanos y que mantiene un modelo donde el Estado no está al servicio de la gente, sino de quienes lo administran. Es momento de replantearnos qué significa la verdadera libertad.

La independencia no debería limitarse a una fecha en la historia, sino a la capacidad de los ciudadanos de decidir sobre sus propias vidas, de trabajar y prosperar sin la constante carga de impuestos asfixiantes, de depender menos de un Estado ineficiente y corrupto, y de recuperar el principio de responsabilidad individual. Modelos basados en la libertad económica han demostrado en otras partes del mundo que reducir la intervención estatal, promover la competencia y empoderar a los ciudadanos pueden generar prosperidad real.

Claro está, esto no implica un rechazo a la solidaridad o a la justicia social, sino una crítica a los sistemas que, bajo el pretexto de garantizarlas, terminan perpetuando dependencias y desigualdades. Si algo enseña nuestra historia es que centralizar decisiones en manos de unos pocos ya sea en nombre de la revolución o del orden tiende a reproducir los mismos vicios que denuncia.

Colombia debe repensar su futuro. No necesitamos más gobiernos que prometan soluciones mágicas mientras siguen atados a los vicios de siempre. Necesitamos un país donde la libertad no sea solo una palabra en los discursos, sino una realidad palpable para cada ciudadano. Solo entonces podremos decir, con certeza, que la independencia ha valido la pena.

La emancipación definitiva no estará en cambiar de gobernantes, sino en transformar nuestra relación con el poder. Solo así honraremos, de verdad, aquel sueño de libertad que comenzó en 1810.